Cuando se trata del futuro de una política de E.U. hacia México o la relación bilateral, lo único que es seguro es una profunda incertidumbre.
Durante los meses pasados, el Presidente-Electo Donald Trump, ha hecho una serie de audaces (y en gran parte inviables) propuestas que afectarían a México. Ya que el día de las elecciones ha quedado atrás, la gran pregunta es: ¿ahora qué sigue?
La historia nos dice que las enormes promesas de campaña rara vez se traducen a leyes de proporciones similares. Durante la semana pasada, hemos visto algunas señales de que Trump y aquellos a su alrededor ya están recalibrando propuestas más exageradas, y no sería sorprendente que esto continúe durante los próximos meses. Aunque los cambios en el tono y contenido del equipo de transición no repararán de forma mágica el daño que se ha hecho, serán críticos para mantener una relación estable con uno de los socios de Estados Unidos más importantes en materia económica y de seguridad.
En primer lugar, el equipo de transición y administración de Trump necesitarán empezar a apreciar que sus palabras traen serías consecuencias cuando son respaldadas por el poder de la presidencia. Los funcionarios mexicanos han mostrado en repetidas ocasiones (y tal vez hasta de forma masoquista) una preferencia por la diplomacia por encima de la confrontación, a pesar de fuerte presión interna en la dirección opuesta. La rápida llamada de felicitación a Donald Trump de parte del Presidente Enrique Peña Nieto, después de su victoria electoral y la petición de una reunión bilateral fueron ofrendas de paz de Los Pinos, pero éstas no serán ilimitadas. Si la retórica negativa rodeando a México, los mexicanos, y los mexicoamericanos continúa durante las próximas semanas y meses, podría congelar estas nacientes aperturas diplomáticas.
Del lado económico, el presidente-electo debería girar rápidamente hacia el apoyo de elementos que funcionen y alejarse de aquellos que no alcanzarán sus objetivos. Por ejemplo, el castigar con un impuesto del 35 por ciento a las empresas que abran fábricas en México no impulsará el empleo en E.U. en un corto o mediano plazo y seguramente haría lo contrario. Los impuestos inmediatamente incrementarían los costos para los negocios de E.U., mientras que ajustar la producción y las operaciones tomaría meses o incluso años. En el interludio, algunos negocios reducirían su tamaño o cerrarían, provocando despidos para los trabajadores estadounidenses.
El TLCAN podría ser una historia más positiva. Si hay algo que este presidente-electo entiende, es la necesidad de flexibilidad en la mesa de negociaciones. Muchos analistas han escrito que el tratado de veintidós años podría aguantar una actualización, y tanto Canadá como México ya han sugerido su disposición para sentarse y discutir el TLCAN. Si se trata de una verdadera discusión trilateral, podría matar dos pájaros de un tiro: crear beneficios reales para Estados Unidos y sus socios, y cumplir una promesa de campaña.
En la seguridad fronteriza, Trump y su equipo de transición ya empezaron a ampliar su definición de un “muro”, mencionando que algunas de sus partes podrían ser vallas. Este es un giro positivo, ya que la construcción del Gran Muro de América no sólo es una pérdida de capital político, es una pérdida de capital real. Los dólares limitados de Estados Unidos serían mejor gastados en herramientas más rentables para asegurar la frontera, tales como sensores de movimiento o radares.
Por último pero no menos importante, la migración, ya que las declaraciones y promesas de campaña han infundido un profundo miedo entre millones de americanos. En el poder, la administración de Trump representará a la población total de E.U. y el primer paso debería ser sentarse con hispanos y otros grupos de inmigrantes para escuchar sus preocupaciones. Algunas leyes no lograrán mucha resistencia, tales como la deportación de criminales violentos. Pero otras, como la reducción de visas temporales de trabajo para los dreamers, serían extremadamente perjudiciales para las familias, comunidades, y lugares de trabajo. Los grupos afectados merecen un lugar en cualquier mesa de negociación durante estas discusiones tan difíciles y complicadas.
Del otro lado de la frontera, México también tendrá que responder al progreso de la política de E.U. Cada país del mundo debería proteger sus propios intereses y México no es la excepción. Los funcionarios gubernamentales deberían buscar argumentar o mitigar cualquier ley de E.U. que genere una amenaza a su ciudadanía o economía. Pero es improbable que los mexicanos adopten pronto la posición pragmática de sus funcionarios electos hacia un gobierno de Trump. Eso significa que los mexicanos podrían ejercer una fuerte presión nacional en contra de cualquier estrategia que perciban como demasiado complaciente, con la reacción alimentándose directamente del fuego populista de México.
No habrá mucho cambio hasta que el equipo de transición de Trump defina los parámetros generales para su acercamiento a México. Mientras tanto, la incertidumbre actual seguirá haciendo daño a las compañías transfronterizas que están adoptando una estrategia de “esperar y ver” (o, “esperar y rezar”). De igual forma, seguirá tensionando las relaciones interpersonales, ya que los estereotipos de México en Estados Unidos se han vuelto populares y el apoyo a Trump en México es casi nulo.
Estos temas podrían parecer ajenos a la relación bilateral de E.U.-México, pero la relación transfronteriza es mucho más compleja que cualquier presidente o ley. Será definida por muchas relaciones dispares entre las comunidades, negocios, y legisladores. Será crítico agregar una fuerte dosis de realismo a la política de Trump para reajustar el tono, pero sólo es el inicio para el manejo de las relaciones bilaterales durante los próximos cuatro años.
Nota del Editor: Antonio Garza (@aogarza) fue Embajador de Estados Unidos en México. Es consultor en la oficina de la Ciudad de México del despacho White & Case. Se le puede encontrar en tonygarza.com