La retórica a lo largo de esta temporada electoral en Estados Unidos requiere de poca presentación.

Todos hemos escuchado el  llamado de ambos lados para detener a los inmigrantes, enviar de regreso a los refugiados, construir muros, bloquear el comercio, y hacer a un lado nuestros tratados internacionales.

En lugar de ver hacia adelante, es alejarse del escenario global. Tal parece que aunque cantamos con orgullo en nuestro himno nacional, que somos “el hogar de los valientes”, estos días parecemos un poco tibios.

Puedo entender el enojo que incita esta actitud. Muchos estadounidenses ven sus vidas y se dan cuenta de que no es lo que esperaban. Las economías locales están en transición y los salarios se han estancado, dejando a muchos trabajadores en grandes apuros. Los sistemas educativos y otros servicios públicos son inconsistentes en su calidad. Y, con pocos cambios significativos o previstos, los estadounidenses están cansados de escuchar las mismas promesas de sus políticos.

Toda mi vida he visto que cuando los estadounidenses recibíamos algunos golpes, estábamos listos para la pelea. Sin embargo, en esta ocasión parece que no sólo estamos dando un paso atrás, sino que estamos corriendo a los vestidores. Y nadie está tomando el liderazgo y dándonos la inspiración para regresar al ring. De hecho, el consejo que estamos escuchando durante las elecciones primarias, es quedarnos en el casillero y echarle candado.

El comercio está en el centro de este impulso aislacionista, con los candidatos presidenciales de todos los tipos apilándose uno encima del otro para condenar las políticas comerciales actuales. Tanto Donald Trump como Bernie Sanders han llamado “desastrosos” a los tratados comerciales de Estados Unidos, Hillary Clinton se retractó del acuerdo que ella misma alguna vez promovió; y Ted Cruz asegura que cuando se trata de comercio internacional “nos están matando”. Todos quieren culpar a alguien, pero nadie quiere hablar de lo que se necesita hacer.

La idea de que podemos desechar los tratados actuales—tanto los que ya han sido aprobados como los que están pendientes de ser votados—no es liderazgo sino una reacción introspectiva y pesimista. También sería una  política profundamente devastadora. Más allá de generar un renacimiento de los trabajadores, sería disminuir el poder adquisitivo y poner en peligro los empleos de los estadounidenses.

Un Estados Unidos sin comercio dispararía los precios y nuestras cuentas por pagar cada vez que vayamos al supermercado o la tienda de electrónicos. También destruiría empleos ya que las compañías lucharían para mantenerse a flote en medio de costos de producción cada vez mayores. Esto iría mucho más allá de que las grandes fábricas provean millones de empleos para los estadounidenses—desde choferes de camiones, hasta proveedores de autopartes—que dependen directa e indirectamente del comercio.

Si fuéramos serios en querer llevar al comercio por el camino correcto, entonces ocuparíamos nuestro tiempo y energía en enfocarnos en la más complicada combinación de avances tecnológicos, economías en desarrollo, y la globalización que lleva al cierre de fábricas. Y nos concentraríamos en cómo reentrenar a los empleados que perdieron sus trabajos e impulsar nuestras empresas y competitividad de mano de obra. Culpar al comercio por todas las debilidades de nuestra economía no sólo es equivocado, no es suficiente.

Los mismos argumentos, que se fundan en el miedo, aplican para nuestra conversación actual sobre nuevos inmigrantes. La fuerza oscura de la xenofobia ha asomado su feo rostro y desafortunadamente, esto no es nada nuevo. De hecho, si afirmas tener ascendencia Italiana o Irlandesa—que son más de 50 millones de estadounidenses—entonces tus ancestros también recibieron unos cuantos insultos desagradables.

También existe algo más que no es nuevo: la frase en latín: “E pluribus unum” o, “de muchos, uno” que está imprenta en el sello de Estados Unidos desde 1782. Somos una nación de inmigrantes y refugiados, y albergar odio y miedo hacia estos grupos es algo que no hará de Estados Unidos una nación más próspera o segura. De hecho, es seguro que hará lo opuesto.

La mayoría de las interacciones globales diarias de los estadounidenses  vienen del comercio y la migración—de la misma manera en que nuevos productos y gente entran a nuestro país—y esto significa que nuestro liderazgo en el extranjero debe empezar en casa. Si no somos lo suficientemente valientes para enfrentar al aislacionismo o rechazar explicaciones simplistas que le hacen juego a nuestros profundos miedos o frustraciones, estaríamos abandonando el espíritu de lucha que el mundo espera y necesita del “hogar de los valientes”.

Antonio Garza fue Embajador de Estados Unidos en México. Actualmente es Consultor en la oficina de la Ciudad de México de White & Case. Se le puede contactar a través de tonygarza.com y Twitter, @aogarza.